Cuenta la historia
que una noche que interpretaba esta sonata, el escenario de un auditorio repleto
de admiradores estaba preparado para recibirlo. La orquesta entró y fue
aplaudida. El director fue ovacionado. Pero cuando la figura de Paganini
surgió, triunfante, el público deliró. Paganini coloca su violín en el hombro y
lo que sigue es indescriptible. Blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y
semicorcheas parecían tener alas y volar con el toque de aquellos dedos
encantados. De repente, un sonido extraño interrumpe el ensueño de la platea.
Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompe. El director paró. La
orquesta paró. El público paró. Pero Paganini no paró. Mirando su partitura, él
continuó extrayendo sonidos deliciosos de un violín con problemas. El director
y la orquesta, admirados, vuelven a tocar. El público se calmó, cuando, de repente,
otro sonido perturbador atrae la atención de los asistentes. Otra cuerda del
violín de Paganini se rompe. El director paró de nuevo. La orquesta paró de
nuevo. Paganini no paró. Como si nada hubiera ocurrido, olvidó las dificultades
y siguió arrancando sonidos imposibles. El director y la orquesta,
impresionados, vuelven a tocar. Pero el público no podía imaginar lo que iba a
ocurrir a continuación. Todas las personas, asombradas, gritaron un “¡OOHHH!”
que retumbó por toda aquella sala. Una tercera cuerda del violín de Paganini se
rompió. El director paró. La orquesta paró. La respiración del público paró.
Pero Paganini no paró. Como si fuera un contorsionista musical, arrancó todos
los sonidos posibles de la única cuerda que quedaba de aquel violín destruido.
Ninguna nota fue olvidada. El director, embelesado, se animó. La orquesta se
motivó. El público partió del silencio hacia la euforia, de la inercia hacia el
delirio. Paganini alcanzó la gloria. Su nombre corre a través del tiempo. Se
cuenta que en el siglo XIX, hizo un pacto con el diablo para, a cambio de su
alma, convertirse en el más grande violinista de su tiempo.
Las acrobacias que Paganini hacía con el violín se
convirtieron en toda una leyenda. Existen crónicas de la época en la que nos hablan
de un violinista que tocaba a una velocidad vertiginosa, con espectáculares
acordes, armónicos increíbles, pizz con la mano izquierda, interpretando sobre
una sola cuerda... en definitiva poseía una destreza técnica sin paragón en la
época. Pero el mito no nació únicamente del modo en que tocaba el violín,
Paganini no es el primer violinista que tenía esa destreza técnica, -recordemos
nombres como Locatelli (1695-1764) o Tartini (1692-1770- a esto tenemos que
añadir una personalidad, una manera de "interpretar" bastante
especial y una apariencia cadavérica.
Y es que mientras recorría Europa triunfante de ciudad en
ciudad, las malas lenguas empezaron a hacer creer que esa extraordinaria
habilidad técnica no podía ser fruto del estudio y del talento sino que debía
haber algo oscuro en ello, en su pasado. Se empezó a decir que Paganini había
realizado un pacto faustiano con el diablo y el músico lejos de enfandarse se
aprovechó de esta imagen e incluso la avivó.
La extraordinaria expresión de su cara, su palidez
liviana, sus ojos oscuros y penetrantes, junto a la
sonrisa sarcástica que sus labios dibujan de cuando en cuando, hicieron a
alguna mente vulgar y calenturienta que aquellos eran
evidencias inconfundibles de algo diabólico.
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